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El purgatorio, un estado intermedio

octubre 29, 2021 Benito Galvan Comments Off

Algunas consideraciones sobre la obra El carisma de ver a las ánimas del purgatorio del Padre Juan Manuel Pérez Romero

  1. El purgatorio, un estado intermedio

Con la intención de aclarar algunas cuestiones referentes al tema del purgatorio y sus visitas, tema que aborda el Padre Juan Manuel Pérez Romero en su libro visitas del purgatorio, presentamos esta reflexión que busca sobre todo precisar en torno a algunas cuestiones doctrinales. Lo primero es puntualizar que el purgatorio, como anota desde el principio el Padre Juan Manuel, es un estado intermedio para las almas salvadas antes de llegar a gozar de la bienaventuranza celestial, de modo que es un estado temporal y relativo al cielo, que tiene que ver con la muerte y la retribución eterna e inmediata del juicio particular de cada ser humano que ha sido llamado a la existencia en este mundo[1]. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia, que se pronuncia con responsabilidad en lo que se refiere a las realidades espirituales, incluyendo las realidades venideras: “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal[2] su retribución eterna en un juicio particular, que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente  en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre” (CEC, 1022).

Vemos pues, cómo la retribución después de la muerte y del juicio particular es inmediata y eterna y corresponde exclusivamente a dos realidades únicas: cielo e infierno. De modo que el purgatorio viene a ser una realidad temporal y, en ese sentido, relativa al cielo, pues participan de él las almas de los elegidos y predestinados pero no purificados[3]. Así, por lo que se refiere a la realidad escatológica del cielo, le pertenece para siempre a “los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados” (CEC, 1023). Esos, viven para siempre con Cristo y son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven “tal cual es” (1 Jn 3,2). He aquí la formulación dogmática:

“Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos que salieron de este mundo antes de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, así como la de los santos apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron…; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificados después de la muerte… aún antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de Nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura”[4].

A partir de esta declaración podemos decir que el purgatorio, que es aquella “purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados” (CEC, 1031), le pertenece de modo temporal a los que mueren en la gracia y en la amistad con Dios, pero imperfectamente purificados. Estos, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo[5]. Se ve claramente, cómo ambas realidades están íntimamente unidas, pues participan de ellas solo aquellos que mueren en la gracia y en la amistad con Dios; la diferencia radica, como puede observarse, en la necesidad de purificar el alma a fin de obtener la santidad necesaria para participar en la bienaventuranza.

Muy diferente es la realidad del infierno, cuya existencia y eternidad afirma la Iglesia. Este pertenece de modo definitivo a las almas de los que mueren en estado de pecado mortal, las cuales descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, el fuego eterno. La pena principal consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira[6]. Es preciso aclarar que Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal) y persistir en él hasta el final[7]. En ese sentido, no forma parte del querer de Dios quien quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tm 2,4), sino de la voluntad obstinada del sujeto que por engaños se deja seducir por el maligno hasta el punto de perder la gracia y la amistad con Dios para siempre, perdiendo así toda oportunidad de llegar al cielo para el cual fue creado. En eso consiste precisamente el drama de la condenación eterna.

La Iglesia, dice al respecto la Comisión Teológica Internacional, “cree que existe un estado de condenación definitiva para los que mueren cargados con pecado grave. Se debe evitar completamente entender el estado de purificación para el encuentro con Dios, de modo demasiado semejante con el de condenación, como si la diferencia entre ambos consistiera solamente en que uno sería eterno y el otro temporal; la purificación postmortal es del todo diversa del castigo de los condenados. Realmente, un estado cuyo centro es el amor, y otro cuyo centro sería el odio, no pueden compararse. El justificado vive en el amor de Cristo. Su amor se hace más consciente por la muerte. El amor que se ve retardado en poseer a la persona amada padece dolor y por el dolor se purifica”[8].

Dicho esto, podemos entender mejor la realidad espiritual del purgatorio y su dinamismo en función de la participación del cielo. Se entiende que son solamente dos los estados definitivos que le esperan al hombre después de su muerte y de su juicio particular: cielo e infierno, y que el purgatorio es un estado intermedio y temporal, no entre el cielo y el infierno sino entre la muerte personal y el cielo, del cual participarán las almas del purgatorio después de haber sido purificadas. Las almas del purgatorio por tanto, son las almas de los elegidos, de los predestinados a la salvación, de los verdaderos penitentes que purgan sus almas con penas purificadoras después de la muerte para merecer el cielo prometido, el cual alcanzan solamente los que mueren en gracia, en la amistad con Dios y que no tienen ya nada que purificar[9]

  1. El carisma de ver a las ánimas del purgatorio

En el punto anterior hemos buscado responder a la pregunta ¿Qué es el purgatorio? Lo hemos hecho desde la perspectiva de la escatológica intermedia, es decir, en su relación con la muerte que pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo, y en relación al juicio particular que refiere la vida del hombre a Cristo para recibir la retribución inmediata como consecuencia de sus obras y de su fe. Ahora, siguiendo la línea de pensamiento del Padre Juan Manuel, queremos responder a dos cuestiones fundamentales que plantea él mismo. La primera ¿pueden comunicarse las ánimas del purgatorio con los miembros de la Iglesia militante? Y ¿Por qué los que tienen este carisma pueden ver a las ánimas como si tuvieran cuerpo? Considero que en torno a estas dos cuestiones es que se desarrolla toda la reflexión; de ahí la importancia de esclarecer ambos aspectos.

Ya en la introducción el Padre Juan Manuel deja muy en claro que la intención de la obra es compartir su experiencia sobre las ánimas del purgatorio y sobre el mismo purgatorio (p. 6). Esto quiere decir, que aunque echa mano de la doctrina a lo largo del libro, sin embargo éste no es de carácter doctrinal, sino propiamente experiencial y en ese sentido, está sujeto a la narrativa que brota de la serie de testimonios que ahí se presentan. Así, en el primer capítulo donde el Padre explica en qué consiste este carisma particular de sentir, oír y ver a las ánimas del purgatorio, encontramos numerosos testimonios de santas y mujeres piadosas que han vivido presumiblemente con este carisma. Todas ellas, desde Santa Brígida de Suecia hasta María Simma, incluyendo las videntes de Querétaro que acompaña el Padre Juan Manuel,  lo que hacen es dar testimonio de experiencias personales y en ese sentido son revelaciones privadas, que como bien anota el Padre necesitan acompañamiento y discernimiento para ver que no sean víctimas de su imaginación, que no se trate de algún problema emocional, que no sea alguna asechanza del maligno, sino que se acredite que se trata efectivamente de un carisma (p. 44). Su juicio y valoración dependen sobre todo del ordinario del lugar como anotan las Normas sobre el modo de proceder en el discernimiento de presuntas Apariciones y Revelaciones (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1978). Pienso que éste es precisamente el servicio que el Padre Juan Manuel está prestando en la diócesis y que comparte generosamente como experiencia en su libro.

En el segundo capítulo encontramos a modo de pregunta lo que considero es el fundamento de todo el libro. Pregunta el Padre ¿Por qué las ánimas del purgatorio pueden rogar ayuda a la Iglesia militante? La respuesta que da el Padre es muy sencilla pero complicada desde el punto de vista teológico: Porque Dios concede a algunas ánimas un especial permiso (p. 53). Esto, prosigue el Padre, por intercesión de la Santísima Virgen y de los santos de quienes han sido devotos estos difuntos, y también por las oraciones de alguno de sus familiares (p. 54). Así, la pregunta que nos interpela es ¿pueden realmente comunicarse las ánimas del purgatorio con los miembros de la Iglesia militante para rogar ayuda? O como lo plantea el Padre ¿Cómo es posible que las benditas ánimas del purgatorio vengan a pedir oración a los que somos de la Iglesia militante, es decir, a los cristianos que estamos sobre la tierra?

La respuesta se da en el plano de la comunión de los santos, la cual tiene dos significados estrechamente relacionados: comunión en las cosas santas [sancta] y comunión entre las personas santas [sancti][10]. Esto significa que “la unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales” (CEC, 955). Esta comunicación, que supera las fronteras mismas de la muerte, tiene tres aspectos que manifiestan la economía sancta sanctis, es decir, de lo que es santo para los que son santos[11]:

  1. La intercesión de los santos. Consolida más firmemente a toda la Iglesia en la santidad.
  2. La comunión con los santos. Nos une a Cristo, del que mana como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del pueblo de Dios.
  3. La comunión con los difuntos. Consiste en honrar con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofrecer oraciones por ellos. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

Como puede observarse, desde el punto de vista doctrinal, esta comunicación de bienes espirituales en las cosas santas y entre las personas santas no considera para nada la comunicación de las ánimas del purgatorio para venir a solicitar oraciones concretas a los cristianos que estamos sobre la tierra. De ahí que la única salida a esta interrogante es, como lo plantea el Padre Juan Manuel, un especial permiso que Dios concede a algunas ánimas para pedir ayuda de oraciones a los miembros de la Iglesia militante. Como decía, esta respuesta sencilla en su elaboración es muy complicada desde el punto de vista teológico, pues entramos al plano de la misteriosa voluntad de Dios, que no se agota en la doctrina porque Dios como libertad absoluta, todo lo que quiere, lo hace en el cielo y en la tierra, en el mar y en los abismos (Sal 135,6). De ahí la necesidad del discernimiento de espíritus, que es a partir de donde el Padre Juan Manuel ha concluido que son posibles las visitas del purgatorio, solamente y sin excepción, por un permiso especial de parte de Dios. Como ejemplo ver páginas 45 y 57.

  1. Teología de la permisión divina

La otra pregunta que nos planteamos y que considero es fundamental para la comprensión del libro es ¿Por qué los que tienen este carisma pueden ver a las ánimas como si tuvieran cuerpo? Esta pregunta se la plantea el mismo Padre Juan Manuel en la obra y según el testimonio del 24 de octubre de 1925, la respuesta es la misma que la anterior: por permisión de Dios (p. 43). Esta constante que aparece a lo largo del libro, nos permite pensar en lo que yo he llamado la teología de la permisión divina, que brota de los numerosos testimonios que cita el Padre. Así en la página 66 encontramos lo que se podría llamar una teología embrionaria de la permisión divina, que considero es el punto medular de discernimiento, pues a partir de las numerosas experiencias y de ser informados sobre cómo viven las ánimas benditas del purgatorio se sacan las primeras enseñanzas al respecto:

  1. Por permisión divina, las ánimas se pueden aparecer en cualquier lugar y a cualquier hora.
  2. Hay personas que las pueden ver y oír, pero las ánimas necesitan que les presten atención.
  3. Algunas tienen el permiso de Dios de narrar la causa por la que están en el purgatorio y cómo es su sufrimiento.
  4. La Divina Providencia permite este hecho para que vivamos la comunión de los santos en beneficio de las ánimas benditas del purgatorio.
  5. Además, lo permite para edificación de los que pertenecemos a la Iglesia militante, de tal modo que tengamos contrición de nuestros pecados y propósito firme de enmienda.

 

Conclusiones

  1. Todo esto que hasta aquí hemos comentado, corresponde a los primeros cuatro capítulos del libro. Considero que es en ellos donde el Padre Juan Manuel establece los fundamentos de su obra. Por lo que se refiere a los niveles del purgatorio (capítulo 5), a las penas del purgatorio (capítulo 8), a las penas especiales del purgatorio (capítulo 12) y al resto de los demás capítulos, el magisterio de la Iglesia no dice nada[12]. Se entiende que estos particulares derivan sobre todo de la narrativa que brota de las experiencias personales y en ese sentido, también son objeto de discernimiento.
  2. Como puede observarse, la doctrina referente al purgatorio es muy sobria; prácticamente solo nos dice que es necesaria una purificación antes de participar de la visión beatífica y que debe evitar confundirse con las penas de la condenación eterna.
  3. Las enseñanzas acerca del purgatorio que giran en torno a la permisión divina, no forman parte de la revelación plena y definitiva que se ha dado en Cristo, ni del magisterio eclesiástico, sino de revelaciones privadas como hemos dicho y, en ese sentido, le corresponde al ordinario del lugar darles su aprobación, por lo menos en lo que se refiere a las videntes queretanas.
  4. Prácticamente todas las ideas respecto a los particulares del purgatorio vienen de las revelaciones de las videntes, como por ejemplo que los demonios asisten al sufrimiento de las almas purgantes (p.15), o la distinción entre el gran purgatorio, segundo purgatorio y purgatorio del deseo (capítulo 5); niveles que a su vez se dividen en diferentes grados. Otra de las ideas es que hay almas, que por voluntad de Dios, purgan sus penas fuera del purgatorio (p. 83). Todas estas ideas han tenido que ser objeto de discernimiento por parte de los sacerdotes que han acompañado a las mujeres videntes, entre ellos el Padre Juan Manuel, y forman parte ya del bagaje espiritual que la obra recopila en el primer capítulo y que estimo nos invita a tomar consciencia de las realidades escatológicas para vivir más plenamente la vida cristiana sobre todo en lo que se refiere a la contrición de nuestros pecados y a la comunión de los santos.

[1] Podemos decir que la existencia de este estado muestra la existencia de una escatología intermedia, que se distingue de la escatología final. A la primera corresponden precisamente los temas de la muerte, el juicio particular, el infierno, el purgatorio y el cielo; a la segunda, corresponden los temas de la resurrección de la carne, el juicio universal, los cielos nuevos y la tierra nueva y la segunda venida de Cristo. Cf. Documentos, Algunas cuestiones actuales de escatología (1990), 8.1.

[2] La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios –no es producida por los padres-, y que es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final (CEC, 366).

[3] La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de Lyon (1274), de Florencia  (1439) y de Trento (1563). A partir del siglo III, la creencia en el purgatorio se hace común tanto en oriente como en occidente, si bien con terminología diversa. Por ello, el Papa Inocencio IV en 1254 impone a los orientales que hagan uso del término “purgatorio” (DzH 838). Pocos años más tarde, en el concilio II de Lyon, en carta dirigida al emperador Miguel Paleólogo, el Papa Gregorio X afirma que los verdaderamente arrepentidos que mueren en la caridad, sin haber satisfecho con dignos frutos de penitencia por sus hechos u omisiones, son purificados después de la muerte con penas purgativas o catarterias; insiste también en “aliviar esas penas con sufragios de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad” (DzH 856). La misma doctrina se repite en el concilio de Florencia (DzH 1304). El concilio de Trento, de frente a la crítica de la reforma sobre la práctica de las indulgencias y la doctrina sobre la justificación, afirma que, después del perdón, permanece “un reato de pena temporal, que ha de pagarse en este mundo o en el otro en el purgatorio” (DzH 1580). Posteriormente, Trento emitió el decreto sobre el purgatorio (1563), que estudia conjuntamente el tema del purgatorio y de las indulgencias (DzH 1820).

[4] Benedicto XII, Benedictus Deus (29 de enero 1936) DS 1000; cf. LG, 49; CEC, 1023.

[5] Cf. CEC, 1030.

[6] Cf. CEC, 1035.

[7] Cf. CEC, 1037.

[8] Documentos, Algunas cuestiones actuales de escatología (1990), 8.2.

[9] Al respecto, el entonces Cardenal Ratzinger, en la entrevista con Peter Seewald, afirma que “si no existiera el purgatorio, habría que inventarlo, porque ¿quién se atrevería a pensar que podría comparecer directamente ante Dios?… Necesitamos una cierta pureza final, un purgatorio, en el que la mirada de Cristo, por así decirlo, nos limpie de verdad, y solo esta mirada purificadora nos hace aptos para Dios y capaces de estar entonces con Él en su morada”.  J. Ratzinger, Dios y el mundo, 121.

[10] Cf. CEC, 948.

[11] Cf. CEC, 956-958.

[12] Se exceptúan los capítulos 7, 9, 10 y 23.